Relato Corto | Bon Appétit

Por si no fuera poco, el autobús se retrasó casi media hora por un accidente en la autopista.
Estaba oscureciendo cuando llegó al portal de su edificio. Subió en el ascensor con la abuelita que vivía en el piso de abajo, la cual le sonrió amablemente antes de bajarse.
Al llegar a la entrada de su piso se dio cuenta de que la puerta no estaba cerrada con llave. Debió haberse despistado al salir apresuradamente por la mañana.
–¡Buenas noches, cariño! –escuchó a su madre decir desde el piso de arriba.
–¡Hola, mamá! ¿No tenías hoy turno de noche? –preguntó.
–He cambiado el turno, me apetecía pasar el fin de semana en familia –dijo con voz ronca.
–Tienes la voz pillada, ¿has tomado las pastillas esas de la garganta?
–Sí, no te preocupes. El hospital tiene siempre el aire acondicionado al máximo.
Tras descalzarse dejó la mochila en el sillón del salón y se tumbó en el sofá descansando un poco los ojos.
–Ahora bajo para cenar, ¿puedes cerrar la puerta?, se me olvidó al entrar.
–Claro, pero recuérdalo la próxima vez.
Se levantó con pereza para cerrar la puerta con llave y poner el seguro. Volvió al sofá y encendió la televisión.
No tuvo mucho tiempo de descanso, pues el horno pitó indicando que la cena ya había terminado de cocinarse.
–Saca la bandeja del horno antes de que se cocine de más –escuchó a su madre decir.
–Voy, mamá. ¿Qué estás haciendo en el piso de arriba? Baja ya.
–Voy, cariño.
El programa de televisión estaba entretenido, durante unos minutos se quedó absorto mirando la pantalla.
Escuchó a su madre bajando por las escaleras y dirigirse a la cocina.
–¿Qué tal en la universidad? –preguntó mientras entraba al salón.
–Ajetreado como siempre. Necesito descansar bien esta noche para la presentación de mañana.
–Sí, no te preocupes, hoy descansarás muy bien.
–¿Papá llegaba tarde hoy?
–Vino hace un par de horas a por unos documentos que se le habían olvidado en casa, me dijo que esta noche llegaría un poco tarde.
El teléfono de casa sonó y estiró la mano para alcanzarlo de la mesilla auxiliar.
–¿Diga?
–Hola, llamo de hospital, soy compañera de tu madre. Lo siento mucho, ha tenido un accidente en la autopista cuando estaba de camino al trabajo. Estoy llegando a tu casa para que pases la noche con nosotros porque tu padre no contesta el móvil.
Sintió una mano fuerte ejerciendo una presión dolorosa en su hombro. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral y quedó inmóvil por el miedo.
–Cariño. Cuelga el teléfono, es hora de cenar.
La mano se alejó de su hombro y escuchó los pasos ligeros dirigirse hacia la mesa de madera.
–Rápido, se va a enfriar –apremió aquella voz cada vez más ronca.
Con las piernas temblorosas se giró y por primera vez miró a aquello. Estaba de espaldas con un cuchillo cortando la carne de la fuente.
La ropa era de su madre y el corte de pelo era también igual, pero su piel estaba pálida y las extremidades eran exageradamente alargadas para tratarse de alguien normal.
–He innovado en la receta, cariño, espero que te guste –dijo la criatura tras terminar de cortar –. Voy a por una cosa que se me ha olvidado en el piso de arriba, espero que cuando vuelva ya te hayas sentado en la mesa.
El ser se levantó arrastrando la silla y se dirigió lentamente hacia las escaleras, sin mirar atrás en ningún momento. La larga caballera ocultaba las facciones de la cara.
Si quería vivir tenía que hacer algo ya, comenzó a moverse muy lentamente debido al miedo.
–Enseguida bajo –gritó aquella voz.
Cogió las llaves de la entrada para abrir la puerta, pero cuando se dispuso a quitar el seguro unos dedos en forma de garra se posaron sobre su muñeca. Por un momento creía que se le iba a salir el corazón de pecho.
–Mejor deja el seguro, no se sabe qué peligros hay en la noche. Vamos, cenemos en familia –susurró en su oído, el aire era gélido.
Siguió despacio al ser hasta el comedor y se sentó en la silla del comedor sin atreverse a levantar la mirada.
–Pásame tu plato –pidió.
Intentó controlar el temblor de sus manos, pero el plato estuvo a punto de caer al suelo.
–¿Estás nervioso por la presentación de mañana? –preguntó.
–Sí –respondió, no se atrevía a decir nada más.
–No te preocupes, esta cena te hará no pensar en ello.
El plató fue servido. La carne parecía estar un poco seca y no había ninguna guarnición ni ningún otro acompañamiento.
–Espera, te echo salsa a la carne.
La figura sentada en el asiento de al lado cogió un pequeño recipiente y derramó la salsa roja en un lado de plato. En ningún momento pensó en girar la cabeza, aunque sabía que aquello lo estaba mirando fijamente.
–¿Qué te parece, está bien cocinado?
–Está bien –contesto tras haber probado solamente la carne, la cual no tenía ningún sabor destacable.
–Me alegro, no sabes lo que me ha costado deshuesar el brazo de tu padre.
En ese momento casi vomitó en la mesa.
–Pruébalo con la sangre, está todavía fresca.
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